Se metió en la habitación y me senté en el sofá. Escribí a Lucas, mas no obtuve ninguna respuesta. Entré en la habitación y escuché los ronquidos de mi marido. «¿Cómo es capaz de dormir tan plácidamente?», me pregunté. Me acosté a su lado y clamé un sueño que no se decidía a venir.
Desperté en medio de la oscuridad, desorientada. Noté la respiración acelerada de mi marido y cómo mis bragas se desprendían de mi cuerpo.
—No me apetece —le dije cuando me separaba las piernas con suavidad.
—Pensé que podríamos “empezar” de nuevo.
—¿Empezar qué? —pregunté quitándomelo de encima.
—Como cuando nos conocimos.
Y, sin decir nada más, se metió en mí, a la fuerza. Solté un grito de dolor e impotencia e intenté zafarme de él, pidiéndole que no continuara, que no tenía ganas; pero parecía ser otra persona. Me sujetó por las muñecas con violencia y siguió embistiéndome. No tenía nada que hacer y dejé que acabase.
La oscuridad se convirtió en mi aliada y me facilitó pensar en otras cosas: en una música agradable, en un plato rico, en… Sus gemidos se volvieron gritos; me mordía rabioso en el hombro, en el cuello y otras partes y me impregnaba con sus babas.
«¡Podrías besarme al menos!», profirió. Pero no le di esa satisfacción; tan solo me mantuve quieta hasta que acabase. Y terminó. Y se recostó en su lado de la cama. Ni un beso, ni una caricia, nada. Un sexo repugnante que hizo sentirme más sucia de lo que ya estaba.
Esperé a que se durmiese. Y me levanté. Con cuidado, me puse el vestido de esa noche. Fui al despacho y cogí todos los ahorros de la caja fuerte. Los metí en el bolso y salí de allí. Encendí el móvil. Era muy tarde y miré un mensaje de Lucas. Se disculpaba por todo. ¿Por qué lo hacía? Él no tenía la culpa de nada. Yo le metí en mi caótico mundo y lo convertí en una víctima más, en un daño colateral.
Marqué su número y esperé impaciente. Descolgó a la sexta llamada. Le dije que necesitaba verle y me envió su dirección. Pulsé el timbre en su portal y me abrió. No se sorprendió al verme, ni siquiera preguntó qué había ocurrido. No hizo falta.
Siempre admiré cómo sabía interpretar mis silencios. Me indicó que me sentara en el sofá y me preparó una tila. Se sentó a mi lado mientras la tomaba. Dejé la taza sobre la mesita y lo miré.
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